Dedicado a Juan Antonio Fernández Marín, buen árbitro de fútbol y buena persona
Papá, quiero ser árbitro de fútbol… De esta manera me sorprendió un día mi hijo Carlos. Aquella decisión me pareció sin fundamento. Creí que se trataba de una ilusión infantil sin peso específico influenciada, quizá, por el ambiente futbolístico que siempre se ha vivido en casa o por ser acompañante habitual en mi tarea de informador arbitral.
Me equivoqué. Con el paso del tiempo comprendí que aquella petición fue el arranque de una verdadera vocación.
Con 13 años y con casi un centenar de partidos “aguantando marea”, asistimos a una cena en la que se homenajeaba a José Enguix Sales, asistente de 1ª división que ese mismo año se retiraba del arbitraje.
En la amplia entrada del salón en donde se iba a celebrar la velada se ofrecían unos aperitivos mientras se esperaba la llegada de todos los invitados. Entre ellos, uno muy especial, Juan Antonio Fernández Marín. Es un ex árbitro internacional que tuve la suerte de conocer hacía ya entonces un año. Al percatarse de nuestra presencia se acercó a saludarnos. Cogió amigablemente del hombro a Carlos. Inclinó su cuerpo un poco para estar a nivel de su estatura.
La reflexión
¿Cómo va todo Carlos? ¿Cuántos partidos has arbitrado ya? ¿Cómo llevas los entrenamientos? ¿Te sigues cuidando? ¿Y los estudios? Mi hijo, algo nervioso por su corta edad y por estar junto a un personaje de tan alto nivel humano y deportivo, fue contestando a estas y a otras preguntas más técnicas sobre reglas de juego y dinámica arbitral. Al terminar el diálogo, después de manifestarse ambos sus ideas y sus afectos, Fernández Marín finalizó la charla dándole varios consejos, todos muy positivos.
No obstante, yo me quedo con uno de ellos: “…pero ¿sabes, Carlos? aparte del entrenamiento, la constancia, la ilusión y el sacrificio, para ser un buen árbitro de fútbol hay que ser una buena persona.
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